jueves, 1 de enero de 2009
Chorizo.
No se puede estar en Suecia y dejar de hacer muchas cosas que son típicamente suecas y sin las cuales uno no volvería a casa sintiéndose plenamente realizado y estando satisfecho de haber hecho un viaje completo y lleno.
En Suecia es muy típico comer las kanellbullar, una especie de rosquillas con sabor a canela, o probar las albondigas con patatas muy propias de estas tierras, tomar sider, que es una bebida suave parecida a la sidra de sabores muy variados y que suelen beber las chicas en sustitución de la cerveza, o saborear un café caliente sentadito en una terraza al calor de una estufa y una manta mientras está nevando. Son éstas algunas de las tradiciones eslavas que caracterizan la vida diaria de los suecos y especialmente la de los de Estocolmo.
Pero si realmente hay algo que se ha convertido casi sin querer en una tradición sueca es la del chorizo. Sí señores, no os equivocáis, aquí existe el chorizo y además lo llaman así, tal cual, por su nombre, utilizan esa palabra tan extraña y contundente, esa palabra que ya ella misma trae consigo el recuerdo del sabor del susodicho embutido, su regusto picante, el eructo póstumo inolvidable e inevitable, para los compañeros por supuesto, y su forma morcillona y rojiza tan y tan utilizada en el ámbito comparativo y metafórico en los ambientes erótico-festivos de cualquier reunión social.
El chorizo no es más que un frankfurt o perrito caliente con un toque picantón, que se puede comer en cualquier calle donde pueda encontrarse el puestecillo ambulante que los hace y a cualquier hora del día o de la noche, según las ganas o necesidades económicas del choricero. El mejor momento para comerlos es por la noche, después de salir de fiesta y haber bebido algo o más de la cuenta, y cuando el cuerpo necesita sustancia pesada y caliente en sus entrañas. Así que aquí el chorizo es un ritual y para mí, desde que lo descubrí, es un momento casi religioso.
Ya no salgo pensando en el simple hecho de salir y divertirme sino que salgo pensando en lo que sucederá después, en el momento que nos echen del local en el que estemos, a las 3 o 4 de la mañana, en el frío de la calle a menos 5 o 6 grados, en el estómago vacío reclamando su dosis extraordinaria de alimento, pues estar despierto hasta tan intempestivas horas dice él que tiene su precio, y finalmente en el gran momento, casi una escena cinematográfica, realentizada, el momento en el que todo se para a mi alrededor, los coches, el ruído, los copos de nieve cayendo, el irakí que me lo vende, por que al fin he mordido mi chorizo y me quema la boca, y el ketchup y la mostaza empiezan a regalimarme por los dedos, pero qué mas da, después de tanto tiempo otra vez tengo mi chorizo.
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