jueves, 11 de diciembre de 2008
Racismo cateto.
Ayer, mientras esperaba al tren en Gracia asistí a un acto de racismo en toda regla y no hice nada para evitarlo o al menos para denunciarlo. Por ello me sientí decepcionado conmigo mismo no sólo por lo que sucedió sino por mi actuación pasiva frente al hecho, momento tras el que me invadió una sensación de mal estar y de remordimiento que no me la pude sacar en todo el trayecto. Y no actué no por que alguien me lo impidiese o por que no quisiera o no pudiera, sencillamente por que no supe reaccionar a tiempo, y cuando quise hacerlo pensé demasiadas cosas que me impidieron abrir la boca.
Ya hablé no hace mucho de los guardas de seguridad que se exhiben por las estaciones de tren de Barcelona. Hice mención al típico kinki desgraciado medio reformado y transformado en lo que toda su vida se ha pasado por el forro, la autoridad. Paradójico sí señor. Hoy toca hablar del otro extremo, pues es el protagonista del hecho: el matón gorila, gordo y seboso pero creído de músculo, rapado por supuesto y con piercing cejero de rigor, con menos vista que un burro con los ojos tapados, y que se cree alguien y con derecho a hacer y preguntar por el simple hecho de llevar unas botas altas, un pantalón que le hace paquete, una camisa que le aprieta el barrigón al modo fajero, y una porra de pacotilla.
Pues bien, sentado yo en un banco junto a dos chavalitos marroquíes que conversaban entre ellos, veo que se acerca la foca en cuestión y se planta delante de nosotros, les echa una mirada despectiva, sólo a ellos y no a mí, y empieza a hacer ha hablar por el walkie cual importante empresario que realiza gestiones importantísimas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario