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Este blog pretende ser solamente un espacio donde poder contar cosas, un muro donde escribir ideas, un tablón donde colgar pensamientos. Cosas, ideas, y pensamientos de todo tipo, cosas, ideas, y pensamientos que me interesen y me llamen la atención, y hacerlo por supuesto a mi manera. Es posible que lo que se escriba no tenga mucho sentido e incluso en numerosas ocasiones sea estúpido, y no importa, cada cual es libre de leer o dejar de hacerlo si cree que no vale la pena. Es más, es ésa la verdadera intención. Más que contar el día a día de mi vida lo que quiero hacer es contar el día a día de mis inquietudes, contar todo aquello que antes hacía saber a mis amigos cuando nos veíamos y luego se convertía en tema de conversación y discusión, en debates apasionados. Ahora que no nos encontramos tan a menudo y no tenemos tales oportunidades, la opción de la Red y los blogs puede ayudar a que sigan existiendo tales. Espero que así sea.

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SI ENTRAS Y NO COMENTAS ES COMO SI NO ENTRARAS.
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martes, 25 de noviembre de 2008

Martes de mercado.

Todos los martes desde tiempos diría yo inmemoriales o por lo menos desde que tengo uso de razón se celebra en Calafell el mercadillo semanal. Siempre he tenido una imagen negativa del mercadillo, por que era el lugar donde podía iniciarse, si tenías mala suerte y poco dinero, una cadena interminable que conducía a un trauma para muchos chicos del pueblo de los '80. En esa época, cuando no existían ni los Zaras ni los grandes centros comerciales, tu madre podía comprarte la ropa más barata del mundo pero la más horrible también. Era lo peor, llevar ropa de mercadillo, pero eso podía empeorar gravemente si tenías ya muy pero que muy mala suerte por que podías tener además una Orbea, la bici que siempre se estropea, e incluso llevar un corte de pelo horripilante que solían hacerte en el barbero de toda la vida, que sólo pelaba a los viejos. Si la combinación de todos estos elementos se producía al mismo tiempo, estabas perdido, eras carne de cañón seguro.
Olvidando viejos traumas, que por suerte yo sufrí sólo por fascículos, en los últimos tiempos he tenido que volver al Mercaillo, como se suele llamar comúnmente por aquí. La necesidad de comprar barato que conlleva la independencia, sobre todo en lo que se refiere a los alimentos (muchos más frescos y baratos que en cualquier otro lado), me ha llevado a retomar nuevamente el camino ya casi olvidado hacia tal acontecimiento de todos los martes. No es que mi concepción de esta actividad social y casi cultural haya cambiado demasiado, pero aprecio el material que compro y lo relativamente económico que me sale. La cuestión es que un mercado, y viajando lo he visto y aprendido, refleja perfectamente cómo es un pueblo, cómo es una sociedad, pues lo más granadito de ella ahí se concentra y en él discurren los quehaceres cotidianos de las gentes. 
Así que ayer, intentando comprar lo de siempre, unas verduritas por aquí, unas frutillas por allá, y alguna que otra olivilla, me di cuenta de cómo es la gente de nuestro bien amado pueblo. Es cierto que la mayoría de los que trabajan en las paradas son gitanos, y como tales tenemos prejuicios antiquísimos que mostrar hacia a ellos, en la mayoría de ocasiones fundados, claro está, en otras no tanto, pues algunos a la que pueden te la clavan con el cambio, con el peso, etc. Igualmente ése es otro tema y para nada razón alguna para mostrarse agresivo y casi huraño a la hora de mantener la histórica operación del trueque. Yo te doy patatas y tu moneditas y todos tan contentos. Así debiera ser, pero he observado, sobre todo en la comunidad anciana, que es la que puebla desmesuradamente estos lugares hasta abarrotarlos en forma de pirámide trapezoidal a lo índice demográfico, que es en estas transacciones donde muestran una segunda cara, donde se destapan y enseñan tal como son algunos de ellos, pues dejan de ser los abuelos que tenemos en mente, que pasean, bailan, miran las obras, y a los que hay que mostrar ante todo respeto y ayudar en la medida de lo posible, para convertirse en jovenzuelos arrugados que se pican unos con otros para ser el primero, que se empujan, que se hablan mal por haberse colado delante de fulanito, que se ponen de muy mal humor cuales perros rabiosos y olvidan todos esos valores y comportamientos que desean y exigen a los jóvenes en todo momento. 
La vida al revés sigue existiendo aún.

2 comentarios:

Salva dijo...

Cuanta razón tienes, destapas viejos traumas infantiles que yacían en mi subconsciente. XD

Anónimo dijo...

La raya al lado y tu chandal con zapatos no te lo quita nadie. Menudos jefes eramos! Qué yo también soy de los 80!