Todos esos muñecajos de trapo, con su propio carácter y sus manías, han enseñado y entretenido a niños de todo el mundo durante cuatro décadas y han supuesto una gran ayuda para las madres de todos ellos, que podían dejarlos al lado de la Tv y desentenderse de ellos por un rato. Han creado escuela en definitiva y sinceramente me siento orgulloso de ser de la generación del Sésame Street, aunque ello suponga que demuestre cuan viejo soy ya.
Un poco de pena sí que siento por los nuevos infantes de este nuestro mundo que han dejado de ver, no por voluntad propia sino por imposición televisiva, casi dictatorial, programas tan didácticos como el que estamos tratando y los han cambiado por los Shin Shanes, de escatológico humor oriental, los Teletubies, de dudosa virilidad o más bien dicho de más que sospechosa pérdida ólica, o las Hannas Montanas y demás, productos de márketing televisivo-musical condenados a caer y recaer en futuros no muy lejanos en las clínicas de implantes o de desintoxiación.
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