El terror de las nenas.

Ha tenido que abrir la boca pa liarla. Y es que no lo podía haber hecho mientras jugaba y era el número 1 del mundo, además de un triunfito por liarse con la Steffy Graff, que ahí es ná. Andrea Agassi realizó esta semana unas declaraciones, sin venir mucho a cuento la verdad, en las que admitía que se había dopado en sus años mozos de levantador de trofeos. Como dirían en APM, sí, venga, claro ahora!!!!, como ya han prescrito sus delitos y nadie le puede quitar lo que bailó, pues se dedica a meter estopa en el circuito. Rápidamente ha salido Nadal y otros grandes de las canchas a asegurar que el mundo del tenis está limpio de la mierda del dopaje, dicho en otras palabras por supuesto, pero con idéntico sentido, y no es que hablara en coreano como en el anuncio del KIA, simplemente que su educación y sentido del decoro a la hora de expresar sus opiniones en público han podido más que las ganas de enviarlo al susodicho pastel o despercidio humano.

Lo que se le podía haber echado en cara, sobre todo Nadal, que de cabellera no anda mal, es que poco ha hablado el actual pelao del Agassi, de sus días en los que se paseaba por el circuitto cinta en frente, alardeando, cual Rey León de las pistas, de su abundante y apermanentada melena. Que se ha descubierto ahora, de su propia boca, dicho sea de paso, pero bien pequeñita, que la pelambrera de antaño no era más que una farsa, una mentira capilar, un postizo, una peluca de las de toda la vida. No debimos sorprendernos cuando de la noche a la mañana lo vimos calvo como el de la lotería. Esas cosas no suceden así como así. Lo pueden ocultar, mejor o peor, veánse casos como el del Arús, el de Peret, o el de incluso, entrañables amigos nuestros, pero al final tienen que acabar por admitir la cruda y calva realidad.
Dice Agassi que al acabar la final de Roland Garros de 1990, que perdió contra un ecuatoriano prácticamente desconocido, tanto que obviaremos su nombre, estaba contento porque no se le había caído la nueva peluca que llevaba, después de haber tenido que encontrar una, sólo unas horas antes de la finalísima, por haber sufrido un percance con la habitual. Una catástrofe vamos, y es que ya se sabe, "antes muerta que sensilla".
No podría despedir esta entrada sin poner una fotito del susodicho ejemplar tenista con su antes y su después. Aquí no valen, y sé posiblemente que me granjearé la hostilidad de aquellos que vayan cortos de temita entre los que aún no me incluyuo pero tiempo al tiempo, las típicas frases esas de "pues tiene una cabeza muy redondita", o esa otra tan clásica de "se le ve mejor la cara y más despierto". Ciertamente las comparaciones son odiosas.